El día está lluvioso, que le vamos a hacer... Sin ganas de pasar la jornada caminando empapados, descubrimos que hay una mina cercana que se puede visitar.
Comenzamos explorando el museo, que conserva los recuerdos de aquellos que trabajaron bajo tierra. Allí pudimos apreciar la maquinaria, los instrumentos y los meticulosos sistemas que marcaban el ritmo de la extracción del carbón.
Ya en la mina, seguimos los raíles y las tuberías que reciclaban el aire que de las profundidades de la montaññadonde los mineros realizaban el arduo y peligroso trabajo de extracción. Aunque solo pudimos adentrarnos en una de las galerías más cercanas a la superficie, despertó nuestra curiosidad.
Esta explotación fue propiedad de un empresario vasco que, para la época, trataba con relativa dignidad a sus mineros, proporcionándoles viviendas y servicios básicos.
Sin embargo, deja claro cuáles eran sus prioridades que dedicara buena parte de su fortuna a construir un palacio de estilo medieval en las inmediaciones de la colonia.
Mientras sus empleados hacían jornadas de 12 horas los 7 días de la semana por salarios miserables. Afortunadamente, en 1910, atendió algunas de las demandas de los trabajadores, reduciendo la jornada laboral a 9 horas. En 1931, se logró reducir aún más a 7 horas y se estableció el descanso dominical.
Una conversación con el guía nos reveló la ubicación de la antigua colonia minera, abandonada desde el cierre de la mina. A pocos kilómetros, encontramos la nave de procesamiento y clasificación del carbón, las cocinas, los comedores, las oficinas, la clínica y las viviendas de los mineros. Lo que fue pueblo, hoy es lienzo para artistas callejeros.
Las paredes muertas han revivido con colores vibrantes que contrastan con el gris del abandono. Murales, grafitis y otras intervenciones artísticas han dado nueva vida a este espacio olvidado.
Un viaje a las entrañas de la tierra y al corazón de una comunidad que, aunque silenciada, encuentra nuevas formas de expresión.
El carbón de la mina era de baja calidad, pero su dueño convenció a las eléctricas de la época para cofinanciar una central térmica. Aunque los restos de la central original son pocos, en 1970 se construyó una nueva que, aunque cerrada desde 2012, aún se mantiene en pie.
Nos sorprendió la facilidad con la que se podía acceder a la central. A pesar de los riesgos de descalabro evidentes desde fuera, decidimos entrar y contemplar su imponente arquitectura industrial y su historia de explotación, contaminación y contribución al cambio climático.
La nueva central térmica fue condenada por un delito ecológico en 1985, debido a las emisiones de gases sulfurosos y la "lluvia ácida" que afectó a 30.000 hectáreas de terreno forestal, agrícola y ganadero. En 1990, el Tribunal Supremo ratificó la condena a la empresa propietaria a indemnizar a los ganaderos perjudicados y a una multa que, a todas luces, fue insuficiente. El director fue condenado a 8 meses de prisión por delito medioambiental. La central continuó funcionando mientras se registraban altos niveles de azufre en el aire, superando con creces los límites permitidos y los niveles por los que fueron condenados incluso 15 años después.
Su cercanía a la población y a un embalse que abastece a la comarca de Barcelona la convierte en una amenaza para la salud pública, incluso después de su cierre en 2012, como varias asociaciones y plataformas vecinales han denunciado sin descanso ni consecuencias. Desde entonces, ha pasado por varias manos, ninguna de las cuales ha asumido la responsabilidad de su desmantelamiento.
Primero fue un parque temático del terror durante tres años. Luego una empresa de tratamiento de residuos intentó convertirla en incineradora, sin éxito gracias a la oposición vecinal. Más tarde, la misma empresa intentó convertirla en una planta de hidrógeno verde pero, de nuevo, la resistencia vecinal ha conseguido retrasar y de momento parar el proyecto. El proyecto propone extraer el agua de uno de los pocos acuíferos de la zona, especialmente castigada por la sequía.
Y así, este mamotreto de hormigón, que contiene toneladas de materiales contaminantes y peligrosos, sigue en pie esperando a que alguien se haga cargo de su desmantelamiento.
Poco importan los nombres de los responsables si, a poco que rasques, siempre encuentras el mismo patrón que nos define como especie...